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Entre lo aleatorio y lo democrático: el tablero de los bienes comunes

10.06.2015 by Carmen Lozano Bright

Foto por Julio Albarrán (cc)

Crónica sobre el Hackcamp #ReclaimtheCommons, mesa 5: Commonspoly

Llegamos a Sevilla con una misión y pocas reglas: sentarnos tres días a producir el Commonspoly . Es decir, partiendo de la idea común del Monopoly al que todos hemos jugado, debíamos pensar en una derivación del juego de mesa cuyo objetivo no fuera ganar por acumulación sino por colaboración. Y prototiparlo. Y explicarlo a posibles jugadores inexpertos. Todo eso en tres días. Era la mesa número cinco del Hackcamp #reclaimthecommons y por suerte nos tocó un lugar cerca al patio de la máquina de café.


Relatograma de Carla Boserman

Hay un asunto del que partir antes de sumergirse en la tarea. El origen del famoso tablero en el que jugar al capitalismo y a la especulación inmobiliaria tiene raíces poco conocidas. El juego precursor se llamaba The Landlord’s Game (El juego del propietario de tierras) y lo patentó en 1904 Elizabeth «Lizzie» Magie. El objetivo del diseño de esta americana era explicar los efectos perversos del monopolio de tierras y la utilidad del impuesto sobre propiedades. Ella confiaba en que si los niños se educaban sospechando que la acumulación de bienes producía consecuencias de injusticia, ese aprendizaje tendría efecto cuando fuesen adultos. Auto-produjo varias ediciones con diversas compañías de distribución hasta que en 1935 vendió la patente a Parker Brothers por 500 dólares. La empresa produjo a partir de entonces el famoso Monopoly y sus infinitas derivaciones geográficas y temáticas.


Tablero del Monopoly Original

Acudir a las raíces fue clave para encender la chispa de producción del Commonspoly: reparar el tablero y devolver al juego algunas de las características que Lizzie concibió hace más de un siglo. La clave no era producir un juego nuevo con el consiguiente despilfarro de una hipotética producción y distribución, sino hackear el tablero que tiene cada familia y poder jugar encima con otras reglas. Reparar. No es una palabra monosemántica y esta variedad de significados contribuyó a definir nuestro nuevo tablero: reparar en el sentido de arreglar, reparar en cuanto a darse cuenta y una interpretación del inglés repair: re-emparejar o reagrupar.

Después de tres jornadas dimos con la clave: en Commonspoly se lidia contra el tiempo. En un determinado número de turnos, los bienes en juego serán privatizados. Y los jugadores tienen el reto de liberarlos para el común. Los dados determinan el estado de partida de cada objeto en juego en una escala transitoria que va desde Pure Mad Max Horror –cerca de los sueños húmedos de Margaret Tatcher– hasta Commonsfare Utopia –una quimera más allá de Elinor Ostrom–. En esta vara de medir caben bienes privados, públicos y comunitarios.


Commonspoly, foto de Julio Albarrán (cc)

Los bienes amenazados pertenecen a cuatro categorías: urbanos, medioambientales, corporales y de conocimiento. Para impedir la privatización, cada jugador cuenta con puntos de bienestar. Y, como en la vida real, las condiciones de bienestar de cada quién no empiezan siendo las mismas. Difieren en función de género, clase, condición de ciudadanía y habilidades. Además, al invertir bienestar para desbloquear la privatización de bienes, los jugadores adquieren puntos de legitimidad.

La legitimidad y el bienestar es susceptible de desaparecer, al menos en gran medida, si el jugador cae en la casilla Tragedia de los Comunes. También se pierde tiempo –turnos– y se ganan puntos si el azar nos lleva a la casilla Burocracia o Asamblea.

Pero ¿por qué razón jugar si no hay competición? ¿tiene sentido un tablero buenista donde el procomún es el único y mejor de los mundos realizables? Claro que no. El reto reside en la habilidad de preservar los bienes comunes en general sin perder bienestar individual. En este sentido, nadie gana si todos no ganamos.

La escala de la partida tiene muchas similitudes con las acampadas que poblaron las plazas en 2011. Es decir, Commonspoly no es una ciudad concreta, ni remite a un tablero global, sino que representa un hipervínculo de las villas efímeras que se construyeron y recogieron en tantas ciudades y en tantos formatos: del 15M a Occupy; de las Primaveras Árabes a Syntagma; de Brasil a Gezi Park.

El Commonspoly es finalmente una pequeña representación del tablero de la vida: se decide en algún punto entre lo aleatorio y lo democrático. Pero para lograr un juego de código abierto era necesario documentar y acotar ciertas reglas. A eso nos ayudó Rubén Martínez desde el epílogo de su Código Fuente Audiovisual Todos somos contingentes, pero tú eres necesario . El soniquete de Thomas The Tank Engine & Friends cantando Rules & Regulations inspiró algunas de las normas y situaciones del juego.

Esta esquinita del Hackcamp donde poner en común saberes, suspicacias y diversión estuvo compuesta con gran acierto por Virginia Benvenuti, Carla Boserman –dibujadora imprescindible de tarjetas y tableros–, Vassilis Chryssos, Francisco Jurado, José Laulhé, Carmen Lozano, Rubén Martínez, Peter Matjašič, María G. Perulero, Natxo Rodríguez, Igor Stokfisiewski, Menno Weijs, Mario Munera y Guillermo Zapata en la tarea de dinamizar.


Bonus

  • La documentación del proceso y un resumen de las reglas del juego se encuentra en este pad.
  • Al investigar sobre los orígenes y derivas del juego original, nos encontramos con el Anti-Monopoly (también lleva impregnadas demandas y patentes).
  • No somos los primeros en pensar en el Commonspoly y seguramente tampoco los últimos.
  • La periodista Eva Belmonte, a través de la Fundación Civio ha publicado hace poco el libro Españopoly , un recorrido por la burbuja inmobiliaria, la especulación y la corrupción en España.

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