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Cuento contigo

26.06.2015 by Elena Cabrera

Foto de Julio Albarrán (cc)

Crónica sobre el Código Fuente Audiovisual de Belén Gopegui, «Los acantilados de la ficción»

«Aprendió la noción de común en la Escuela Popular de Prosperidad» biografió Lucas Tello a Belén Gopegui durante su presentación. Era la segunda vez que La Escuela se asomaba al 17 Festival ZEMOS98. En una pared del Centro de las Artes de Sevilla, Silvia Nanclares, la mediadora del grupo Fanzine del Hackcamp #ReclaimtheCommons, había pegado hacía un rato un folio con cuatro trozos de celo. En ese papel yo había dibujado un plano, un poco libre y no a escala, de la Escuela Popular de la Prospe. Todo sucedió porque Nanclares nos había pedido que pensáramos en el lugar favorito de una ciudad. Y yo pensé en mi ciudad, Madrid, y en mi barrio, Prosperidad, y en el sitio en el que actualmente mejor lo pasaba cultivando lo común: La Escuela. Y, como si de un telar tejido por diferentes costureras se tratase, parecía que estábamos tocando lugares comunes y el dibujo del tapiz empezaba a tener sentido. Yo ya veía el velero.

Tello habló de otros «lugares» del procomún en los que Gopegui había aprendido cosas. Por ejemplo, Juan Blanco. Cuando una persona muere, creo yo, su nombre deja de ser privado y lo que fue se hace dominio público, un poco como los cuerpos en el carrusel, aunque en esa ficción se pide una muerte voluntaria por un bien común que resulta ser falso. «Juan Blanco huyó de la escritura, quiso ser ágrafo» le describió Gopegui en 2013, «pues pensaba con Sócrates que las palabras solas eran incapaces de defenderse a sí mismas e incapaces de enseñar suficientemente la verdad». En ese texto Belén trataba de imaginar a su desaparecido profesor de filosofía «al otro lado de las lindes, en el entorno donde las cosas pesan» animándonos a recordar que «una sola vida nos ha correspondido a cada hombre y a cada mujer» con el fin no de vivirla, «ni siquiera vivirla bien», el fin, decía Blanco, «es una vida en común buena».

Lucas y Belén tienen una amiga en común. Se llama Álex. Lucas lo contó en la presentación. Álex no lo está pasando muy bien en los últimos tiempos y ha tenido que volver a casa de sus padres, junto a su hija, Marina. Yo también las conozco. Álex vio a Guillermo Zapata hablando del Copylove, lo sé porque me lo contó la propia Álex. Mientras Zapata se explicaba, moviendo mucho las manos y estirándose el jersey, delante de una escena de Espartaco, decía: «cuando hay comunidad, hasta Kirk Douglas llora, poca broma». «¡Yo soy Espartaco!», «¡Yo soy Espartaco!» gritaban diferentes voces desde la pantalla. «Cambiad Espartaco por Anonymous», alentó Zapata [1]. Me contó mi amiga que Guille aludió a Crónicas marcianas , un libro de Ray Bradbury que nos apasiona a ambas. En él se cuenta la historia de la colonización y descolonización de Marte. Los esclavos negros se compran un cohete y se van a Marte para ser libres. Esta idea no les mola nada a los esclavistas, que les dicen, «una opción era someteros, la otra era rebelaros y acabar con nosotros, lo que no podéis hacer es marcharos, porque sin vosotros no somos nada». «Claro que» me dijo Álex, «ni a Espartaco y los suyos les permitieron irse, ni tenemos ahora cohetes, ni siquiera planetas adonde ir». Eso también lo dijo Guille, nosotros no tenemos un lugar adonde ir. «Nuestro problema es que tenemos que hacer crecer el procomún desde aquí, desde donde estamos» sugirió él. Y Álex le contestó que vale, que «la solución sería mutar, que es una forma de ir habiéndose quedado».

Vale Álex, cómo lo hacemos, le preguntamos Lucas y yo la última vez que coincidimos. ¿A qué jugamos? ¿cómo nos lo montamos? ¿cómo sería no derribar los cimientos sino empezar a construir aquí mismo, a la vista de todos? «Con prudencia y astucia» nos respondió nuestra amiga, «una especie de escondite inglés en el que vas moviéndote aunque parece que no te mueves y, por fin, cuando el adversario se da la vuelta, resulta que tú ya has llegado». Marina, mi hija Eleonor y yo jugamos mucho al escondite inglés, así que sé exactamente a lo que Álex se refería. A mutar delante de sus narices, mientras pasamos desapercibidas.

Fragmento de «Nuestro maravillosos aliados» proyectado en el Código Fuente Audiovisual de Belén Gopegui

En esto llega Belén y dice que esto es como en esa peli que veía con sus madres y sus hijas, Nuestros maravillosos aliados . No podemos esconder las risillas. ¿De verdad, Belén, tú, la autora de Lo real , nos traes como ejemplo una horterada de los 80? «Me gustan las pelis bonitas», responde. Y ahí ya Lucas, Álex y yo no podemos contener la risotada. ¿Pero bonito en plan La princesa prometida , quilla?, le suelta Lucas. Sí, sí, justo, precisamente, contesta la escritora, que intenta sobreponer su voz a nuestra carcajadas. A ver, nos dice, «Nuestros maravillosos aliados trata de que para reconstruir lo destruido hace falta casi un milagro, que es el milagro de lo que podríamos hacer en común». Pero son los platillos volantes los que reconstruyen el edificio destruido por el propietario que quiere echar a los vecinos y especular con el suelo. «Un milagro, pero es verosímil», afirma Belén. Y ahí fue cuando Álex dijo que tendríamos que empezar a construirlo todo desde ya, «las comunidades, las cooperativas, las okupaciones, las expropiedades, las redes, las nuevas relaciones» y la mirábamos emocionadas, con esta carita de Copylove que se nos pone a veces. «Si lográsemos que desertaran de sus ejércitos» decía Álex, «de sus comisarías, de sus cajas fuertes. O si fuéramos tantos que vencernos significara arrasar el país por completo, cada una de sus calles. Si lográsemos construir catacumbas de superficie pero no imaginarias sino reales, calles superpuestas a las calles, como hay pistas de baile sobre los descampados». Reclaim the commons, quilla, le dije, muerta de ganas de abrazarla.

Fragmento de «La princesa prometida» elegida por Belén Gopegui para su Código Fuente Audiovisual

El conflicto no es cosa de la adolescencia, solamente. A cualquier edad es posible que nos duela un pinchazo muy agudo en el fondo de un intestino. Unos nervios, una desazón, un miedo a reentrar en la vida. Puede que necesitemos unos ánimos. Puede que queramos gestionar los conflictos incluyendo lo bonito. Pero es que lo real no suena nada bonito, Belén, suena más a aguas podridas, no a La princesa prometida. «¿La ficción tiene que contener verdad?» me cuestiona Gopegui con una de esas preguntas que... Bueno, a ver, quizá, no sé, ¿sí? El abuelo quiere hacerle al niño más llevadera su gripe y le cuenta un cuento de un mundo que podría ser cierto, responde. El power, mi verdad, está en estas ganas tremendas que me entran de ponerme a bailar en mitad del salón de la Escuela Popular de la Prospe, con Eleonor y Martina y Belén y mis vecinas y mis madres y hasta Lucas Tello, si se viene a Madrid un día. Y si un día La Escuela cae, podemos construirla de nuevo.

«A veces las cosas que pueden o no ser ciertas son aquellas en las que más necesitamos creer» le dice Robert Duvall a Haley Joel Osment en Leones de segunda mano .

Código Fuente Audiovisual de Belén Gopegui íntegro


Notas
[1] Ver esta parte del Código Fuente Audiovisual de Guillermo Zapata en el 14 Festival ZEMOS98: https://youtu.be/phpFI9Q-XCQ?t=17m11s

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